martes, 24 de enero de 2012

Con la mochila del cronista (que es invisible)



Viajo con la mochila del cronista. Llevo libreta de apuntes y lapicera (me gustan las que tienen trazo grueso, para dejar una impronta definida sobre el papel), cámara digital de fotos, anteojos prismáticos, mapas y la guía de aves de la Patagonia. No siempre utilizo todos esos elementos, pero tenerlos a mano me da una cierta seguridad, para resolver algún imprevisto, anotar una eventualidad y registrar un suceso. Mis traslados son en una veterana y espaciosa camioneta Toyota del ’95, del modelo 4Runner, que me permite cargar una casi infinita cantidad de bártulos diversos, y entre ellos la caja de la biblioteca rodante. En este viaje reciente, sobre el que me propongo la construcción de un relato, un libro fue mi favorito: “Las piedras, el agua; Libro de ciudades” de Ramón Minieri, porque los paisajes visitados tienen a las piedras y el agua como protagonistas principales.



Escribió Minieri
“Una manada de rocas/ cordillera camino a ser arena/ miran el río abrevan tiempo / también el cielo de la tarde anda / camino a disolverse en el gran cielo de la noche del cosmos / y un instante tu cuerpo refulge como eterno en aguas de oro / amada no hay descanso / celebremos la muerte de las cosas en las cosas que nacen / la chispeante mentira de las aguas”.


Leí el poema en las orillas del Lago Rosario, al sudoeste del Chubut, camino al Corcovado y hacia Chile. Celebré con mi amada, Dalia, por el horizonte y el aire limpios, sin preguntas postergadas en sus respuestas. Una pareja de teros desconfiaba en su griterío. El sol anunciaba una jornada plena.

Aviso al lector: estos apuntes no están ordenados en relación con el itinerario realizado. ¡La brújula del pensamiento gira en libertad y el cronómetro desafía a los caminos!

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