lunes, 18 de julio de 2011

Lima, una bella y perfumada ciudad

 La Plaza de Armas, amplia y luminosa, acogedora y ruidosa como toda plaza central de una importante ciudad, nos da la bienvenida en el casco viejo de Lima.
 La Catedral, imponente y lujosa en su interior revestido de oro. En sus bancos se habrán arrodillado, obedientes, los más conspicuos representantes de la alta burguesía limena (hoy un poquito preocupados por la cercanía de la presidencia Ollanta, de tono nacional y popular, amigo de Evo, de Chavez y de Cristina). Abajo: el panteón que guarda los restos de Francisco Pizarro, jefe de la expedición española que ordenó la muerte del último inca, Atahualpa, en 1634, y comandó el gigantesco despojo de piezas de oro y plata que fueron llevadas a España y fundidas, para que no quedara ningún vestigio de la cultura del Tahuantisuyu.
 Abajo: la noche de Lima, luces y sombras, taxistas apurados y desubicados en el plano de la ciudad, pues se pierden en un viaje del casco viejo al sector residencial de Miraflores (equivalente a ir desde San Telmo a Palermo, en el mapa de Buenos Aires), callejuelas populosas y otras silenciosas, una sensación de abierta concurrencia. 

 Los balcones "de cajón" que son característicos en la Lima antigua. Desde ellos, en el siglo 19, las damas y damitas "bien" se asomaban -protegidas y discretas-para chusmear el andar de los viandantes y la soldadesca.

  
 La burguesía limeña se asomaba desde lo alto y el pueblo pasaba por debajo. Algún cronista escribió que "las calles de Lima tienen dos pisos".
 El bar Cordano, inaugurado en 1905, es el más antiguo de Lima, y está e funcionamiento por un acuerdo entre el gobierno (que compró el inmueble) y una sociedad formada por sus empleados. Dicen que por allí pasó César Vallejo, también Mario Vargas Llosa (que no es popular) y algunos presidentes, además de políticos prominentes. Es como el Tortoni para Buenos Aires, pero más modesto en su aspecto.

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