miércoles, 23 de febrero de 2011

Territorio de volcanes

 Desde la cima del Batea Mahuida se pueden ver los volcanes chilenos Villarrica y Llaima (los dos, abajo) que están en actividad y de tanto en tanto "pegan el grito" desde el fondo de la tierra. 

 Hacia el norte una laguna de deshielo, en el cráter actualmente apagado, vegetación y aguas brillantes. 

 Desde la ruta se divisa el "Rucapillán" (Villarrica), vigilante de todo cuanto ocurre en las coquetas aldeas montañesas que disfrutan (disfrutamos) indolentes turistas. ¿Alguien se fijaría en los carteles que indican las "vías de escape" llegado el momento?

Territorio de volcanes, con gente de sangre hirviente, de lava siempre activa y siempre amenazante; de misterios atascados en profundidades antiguas y crepitantes, de alertas continuos, de inseguridad y miedo ante la orden natural; de la venganza cierta de los dioses y los demonios ocultos, cuando el hombre comete errores que deben ser castigados y no cumple la misión que le fue ordenada.

La tierra vibra y canta esa pretérita canción que sólo entienden los elegidos. Las cifras y las notas componen el azaroso pentagrama del destino y nadie sabe cuándo estará llegando su propio acorde final y, lo peor que puede ocurrirnos, es que encima nos salga fuera de tono. Las carreteras señalan, con cierto desparpajo indolente, las “vías de escape” para el caso que se produzca el temido (¿quizás ansiado?) terremoto. Pero no hay carteles que anuncien la proximidad de los cementerios ni, mucho menos, los caminos inexorables que allá nos llevan.
Nadie habla del temblor antes del aviso de la tierra. Hay un compromiso de silencio que no se puede quebrantar. Las fumarolas del Villarrica (el “rucapillán” de los araucanos, que quiere decir “casa del espíritu” o “casa del demonio”) se asoman audaces y divertidas, los turistas quedan (quedamos) extasiados con la toma fotográfica exacta, y las agencias programan excursiones de aventura hasta el borde mismo de la hoguera. Puro negocio, emoción apócrifa, estafa fácil y costosa, porque el volcán no admite visitas íntimas, guarda su tesoro de vapor y brasa sólo para el momento supremo, en ese clímax aterrador que nunca se anuncia.
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Desde el techo de la Cordillera de los Andes, en los 1.900 metros de la cima del Batea Mahuida (“montaña de la batea” o “montaña invertida”), justo en el límite entre Argentina y Chile y muy cerca de Villa Pehuenia, es posible divisar a 72 kilómetros de distancia la humeante cúspide del Villarrica ( 2.840 metros) ; y más cerca, a 42 kilómetros, siempre en línea recta, el Llaima (3.125 metros) que no hace mucho produjo aquella lluvia de cenizas que enturbió los aires de la región y obligó a clausurar aeropuertos.
El Batea Mahuida está dormido desde hace más de un siglo (¿quién sabe si no puede despertar un día de estos?) y en el cráter se ha formado una laguna de agua de deshielo, de extraña coloración en la distancia.
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Territorio de volcanes. Los cóndores nos dieron permiso para disfrutar de sus cielos.

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